La mayoría de los hombres sirve al estado, no como hombres principalmente, sino como máquinas: con sus cuerpos. Son el ejército en pie, las milicias, los celadores, los policías, las fuerzas de la ley. En muchos casos, no hay ningún ejercicio libre del juicio, o del sentido moral; estos hombres se ponen al mismo nivel que la madera, la tierra y las piedras; acaso tal vez puedan fabricarse hombres de madera que sirvan a los mismos nes. No inspiran más respeto que un títere o que un trozo de tierra. Su valor es igual al de los perros o los caballos. Sin embargo, se les suele considerar buenos ciudadanos. Otros -en su mayoría legisladores, políticos, juristas, ministros y funcionarios- sirven al estado principalmente con su mente; y, dado que muy rara vez hacen distinciones morales, son tan proclives al servir al diablo, sin quererlo, como a Dios. Muy pocos, como los héroes, los mártires, los reformistas en el sentido más elevado, y los “hombres” sirven al estado también con sus conciencias, y así, necesariamente, se lo oponen casi constantemente; por lo general, el estado suele tratarlos como a enemigos.
Henry David Thoreau
Desobediencia civil
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